“Memoria de mis putas tristes”, de Gabriel García Márquez
Lo había leído en 2005, al poco de haber salido. Reconozco que aquella vez, había dejado en barbecho mi opinión sobre el mismo. Hay temas que crean asperezas. Sin embargo, esta segunda vez que lo he leído, lo he vivido de otra manera. El libro había sido seleccionado entre tres, como lectura mensual, en el Club de lectura en el que participo y, además, coordino. Y claro, tenía que releerlo para recordarlo y poder así dirigir la siguiente sesión. Debo decir que tenía algo de resistencia a la relectura. Pero al ser una obra de García Márquez, cualquier obligación se puede convertir en el mejor de los placeres. En esta segunda lectura, y con diecisiete años de distancia, he valorado la verdadera historia de amor en la que el personaje principal, el sabio triste, un anciano columnista, se ve inmerso. Cómo, por primera vez en su larga vida, a los 90 años de edad, siente lo que es el amor.
García Márquez nos lleva de la mano por el pensamiento de una persona que vive la vejez, cómo la vive y cómo piensa que lo ven. Al ser una obra escrita en el siglo XXI, chirría en nuestra forma de ver el mundo el tema tratado: la pedofilia, la prostitución, el trato vejatorio de la infancia. También saca a colación, la explotación de las niñas en las fábricas de costura, las clases sociales, la pobreza. Narrado en primera persona, a modo biográfico del personaje principal, quien escribe sus recuerdos a lo largo de su vida con distintas mujeres, en su mayoría prostitutas. Es importante para entenderlo, el momento histórico en que se marca, que es la primera mitad del siglo XX, en Colombia.
Si cogemos al azar cualquier fragmento de la obra, por ejemplo en la página 22: «Faltaban cuatro horas. A medida que discurrían, el corazón se me iba llenando de una espuma ácida que me estorbaba para respirar. Hice un esfuerzo estéril por pastorear el tiempo con los trámites de la vestimenta. Nada nuevo por cierto, si hasta Damiana dice que me visto con el ritual de un señor obispo.»; podemos observar la calidad literaria del autor (por algo tiene un nobel). Encontramos frases cortas. Estilo narrativo fácil, pero con lirismo: espuma ácida, pastorear el tiempo. Narración que llena, que masticas por la riqueza en el vocabulario: esfuerzo estéril, trámites de la vestimenta, ritual de un señor obispo.
Y, como es habitual en la literatura del autor, encontramos la figura del realismo mágico. Dijo, el autor, en una entrevista, que su abuela era gallega, y continuamente le contaba historias supersticiosas y de fantasmas. Así, podemos encontrar en el libro que nos ocupa, el espíritu de la madre, Florina de Dios, que aparece a lo largo del relato en varias ocasiones. O la frase escrita en el espejo, con pintura de labios, que él piensa que pudo ser el diablo o algún fantasma de alguien muerto en aquella habitación donde amaba a Delgadina.
La obra está llena de referencias literarias, musicales (boleros, tangos, clásica), filosóficas e históricas. Es una novela recomendable, si nos quitamos algunos prejuicios de encima (es difícil, lo sé).
La recomiendo.
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