“SI TÚ ME DICES VEN LO DEJO TODO… PERO DIME VEN”, DE ALBERT ESPINOSA.

 

Hoy ha sido un día de esos que amanecieron oscuros, a pesar del sol crujiente, en que los párpados hinchados demuestran que no has pasado una buena noche. Uno de esos días que quieres que duren mucho para poder olvidar el lunes y el trabajo. Vas dando tumbos por la casa, con un pegajoso dolor de cabeza, con la mirada perdida en el limbo de los pensamientos y golpeando con los dactilares, y sin música, todas las superficies planas llamadas mesas. Y no sabes qué hacer… A pesar del dolor de cabeza, decides que debes leer un rato para relajarte (nunca falla). Pero... qué libro. No quieres coger el que tienes en la mesa de noche que se te ha atragantado en la primera hoja, ese en el que tenías puesta toda tu fe. Así que te vas al cajón de las pinturas, y coges un esmalte azul y te pintas las uñas. Algo que no haces desde hace décadas. Cuando se te secan, te acuerdas de Pitufina y pones cara de horror, pero te las dejas y no sabes por qué… porque sabes que te durarán poco y hoy no tienes que salir de casa (algo raro en mi vida). Luego, caminas como un zombi de uñas azules hasta la librería en el salón y se te van los ojos a un libro con el lomo azul. Uno que lleva tiempo en la estantería: “Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven”. En la contraportada, en letras mayúsculas, pone: «Dedicada a todos los que siguen queriendo ser diferentes y luchan contra aquellos que desean que seamos iguales.» Albert Espinosa.

¿En serio?, me pregunto. ¿Este es un libro de autoayuda, de esos que no me gustan y huyo cuando me voy a comprar un libro? Pero, no. Es una novela. Así que empiezo a leerla. Un libro de la editorial Grijalbo, bien editado (solo encontré una errata en un pronombre que le faltaba la tilde), con espacios, la letra grande, de esos libros que cuando los abres sientes que hay limpieza y orden. Con una lectura fácil, lo lees enseguida, en cuatro horas, interrumpidas por una pequeña siesta de diez minutos (recuerden que pasé mala noche), a su vez suspendida (la siesta) por el timbre, era la cartera con un certificado para una persona que no vive en mi casa. Así que de un tirón me leí la novela. Digamos que está escrita en primera persona, el protagonista interpela al lector dando el orden que quiere en los recuerdos de su vida que va narrando. Todo salpicado por importantes mensajes de vida que le van dando distintas personas a lo largo de su historia. Cuando lo terminé, seguía con el dolor de cabeza, pero recuerdo que más relajada. Así que me dirigí a mi mesa de escritura y encendí el portátil para ponerme a escribir esta reseña. En el suelo había una minúscula pluma y me reí, por impulso, me sentí feliz, como si un ángel estuviera cerca, alguien que ha venido a cuidarme, a calmar mi estrés, mi desasosiego. Pero, ¿existen los ángeles? De pequeña, me enseñaban a rezar que en cada esquinita de mi cama, había uno. ¿Será que nos hacemos mayores y desaparecen, o que no los queremos ver, o no tenemos tiempo para fijarnos en ellos? Entonces pensé, ¿quién será mi ángel?, ¿un abuelo, tal vez? No lo sé, pero me guardé la plumita en un pequeño cuaderno y fui a abrazar a mi hijo a su habitación, contenta. Dicho todo esto, me planteo que las coincidencias existen y a veces, son mensajes que nos dejan esos ángeles, para rebajar nuestro malestar, tomar decisiones y bajar el estrés, sonreír y minimizar el enfado, aprender que nada vale la pena para coger tanto nervio. Hay que vivir, y leer… funciona.

Así que, lejos de que el libro sea lo mejor que he leído en mi vida, me ha funcionado para sentirme bien. El protagonista tiene varios ángeles (él los llama perlas) en su vida que lo guían, personas maravillosas que lo enseñan y orientan. La lectura es rápida, tiene un desarrollo ligero, con pequeños capítulos. Tiene un desenlace casi mágico, poco real, pero no le contrarresta valor al mensaje. 

La historia engancha, ¿qué más puedes pedir?




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